sábado, 8 de agosto de 2015

Capitulo 27 "Yonah"

Poco a poco la mortaja que me retenía me fue soltando y notaba como mis pulmones volvían a sentir el suave transitar del aire. Boqueaba como un pez fuera del agua intentado evitar el colapso. Era un fuelle sin control. Una gula engullía el oxigeno mientras la tierra me paria y veía como  una placenta de arcilla se desprendía en pequeña porciones.  Mis sentidos cobraban vida. Todo era un mundo nuevo. Los sonidos, los olores, la luz... y un rostro. Todavía con el miedo en el cuerpo eche mano de mi viejo cuchillo. Un herrumbrado y gastado estilete sin filo que mas infundía temor que daño. Con todo, con el ultimo hálito que da el instinto de supervivencia. Tome el arma y lance una estocada con mas fervor que fuerza. Aquel hombre amago mi intento como si espantase una mosca.

-¡Vaya! El pequeño escorpión aun tiene vida.-mientras decía esto sonrió.
Por mi parte baje los brazos dando por perdida la partida. Estaba a su merced.
-¿Donde estamos?.-dije confuso.
Ante mi se hallaba un hombre alto de unos 60 años, rostro curtido y arrugado. Algunos pelos asomaban sobre su coronilla. No parecía tener miedo, ni estar intranquilo. Tan solo estaba alerta.
-En la misma tierra donde murieron tus padres, tus amigos y tus parientes.
De pronto reacciono. Y rió a carcajadas. Una carcajada limpia, feliz, de alguien que amaba la vida y la vivía sin miedos ni coacciones. Le mire a los ojos a medida que me subía para librarme de mi sepultura y me dejaba en tierra. Sus ojos eran negros y veía que me traspasaba con la mirada. Alguien culto que la edad le había dado sabiduría y viajes. Yo era un libro abierto. Un inocente cachorro metido en una locura universal.
-¿Lo dices por mis ropas? ¿Y por mi color?
Ciertamente lo único que esperaba encontrar era un hombre tan oscuro vestido con un sencilla chilaba de elegante costura y un hatillo. A su lado descansaba un cayado bellamente labrado. Una vez me dejo en tierra. Lo tomo y me miro evaluando si tenia algún daño.
-¿Estas bien?-pregunto preocupado.
-Sip, solo tengo el susto.-dije intentando mantener la poca dignidad que me quedaba.
-Como veras soy un extranjero en tu tierra. Imagino que era lo ultimo que esperabas encontrar.
-Si, pensaba que ibas a matarme por ser infiel.
-Por desgracia a veces los que menos te imaginas son los que te pasan a cuchillo como puedes ver.
Tus propios paisanos no han dudado un momento en darte muerte.
-Tienes razón. ¿Y ahora que sera de mi?
-Puedes venir conmigo. Por cierto que descortés mi nombre es Yonah. Podía decir que soy herrero pero he viajado por tantas tierras y he trabajado en tantos oficios que ya no se que soy. ¿Y tu, muchacho?
-Me llamo Alejandro Navapotro. Todos mis seres queridos murieron y escape con lo puesto.
-Bueno, pequeño escorpión. Si quieres puedes acompañarme. Conmigo no tendrás lujos pero no te faltara aprendizaje y un estomago caliente.
Entonces mire a mi alrededor. Los labriegos estaban de vuelta para ver el resultado de su caza. Querían rematar la faena.
-Mirad, ese bastardo ha sacado al crio.
-¡Matemosles!
Poco a poco se iban envalentonando armados con sus aperos y sus herramientas. Guadañas, orcas y hoces brillaban siniestramente con las luces de sus antorchas.

Yonah me miro preocupado.
-¿Tienes algo mejor que ese juguete?
Negué avergonzado.
Yonah hecho mano a su cintura y saco una bella daga dorada.
-Espero que sepas utilizarla.
Asentí seguro. Lo que menos quería era que me viera flaquear aunque fuese mi ultimo acto en vida.
El circulo se fue cerrando como unos manos ahogando una garganta con la idea de asfixiarnos.
-Hijo, ahora ganate el pan. Demuestra lo que vale un pequeño escorpión.


Un estruendo nos despertó a todos atemorizados nos miramos unos a otros. Murmullos y voces ahogadas conjuraban que podía suceder. Mi hermanastro empezó a tirar de las cadenas intentando romper la barra que nos unía al madero. Era inútil. Por mas respuesta fue un latigazo de nuestra pesadilla. Un hombreton musculoso hasta lo indecible. Con su andar pomposo y su mirada glacial nos dirigía con puño de hierro. Nada escapaba a su mirada. Parecía haber nacido en este barco y mamado este oficio. Cruel donde los haya disfrutaba ser amo y señor de su pequeño reino.  Cualquier infracción era castigada, daba igual si fuera leve o grave ya que su coste era altísimo. Todos llevábamos su marca en nuestro cuerpo. A veces se regocijaba mientras nos miraba de forma altanera mientras metía su látigo en agua con sal. Aquel hombre amaba su profesión y a todos sus galeotes. Sabia como llegar a viejo en este odiado oficio. Un trabajo sucio, desagradable y peligroso. Pero también sabia que era una de las personas mas importantes de la nave. El controlaba la velocidad de la nave y el éxito de un ataque o el esquivar cualquier peligro que se avecinase. Ninguno de esos petimetres uniformados se atrevía a bajar a su reino a decirle como hacer su labor. No se atrevían, no querían acabar como eternos invitados a su sección.

Por desgracia su reino tenia los días contados.
-¡Deprisa, haraganes! Os daré doble ración de agua salada con "La justicia"  si no os movéis.-mientras levantaba el brazo y agitaba el látigo también conocido con ese apodo.
Tras su paseo de rigor se acerco a su sitio de descanso. Un lugar con una silla de piel y cojines y una vasija de plata con una cazoleta para beber. Sudoroso y exhausto tras aplicar el justo correctivo a los desdichados remeros. Tomo la cazoleta y se la acerco a los labios mientras miraba poderoso a esa masa de fracasados. Apenas bebía pero dejaba que el agua corriese por su boca y se derramase por el suelo.
-¿Alguien tiene sed?.-decía mientras en su rostro se pintaba una risa cruel. Por suerte su tortura psicológica duro poco.
Un infante imberbe bajo con el rostro contraído y blanco como la cal.
-Hay que ir mas deprisa. Nos esta atacando la escuadra de Dragut.

Estábamos muertos, Dragut era destacado corsario y almirante otomano a las ordenes del sultán Soliman. Soliman era un enemigo declarado de Occidente y seguramente acabaríamos bajo el agua o pasados a cuchillo.  

Continuara...