domingo, 24 de enero de 2016

Capitulo 31 "Jaque Gris"

La vida me ha golpeado una y otra vez. Zarandeado como a un muñeco de trapo. Pero no he dejado de luchar, me he levantado y he vuelto a caer. Pero no he cejado de levantarme y ofrecer cara mi derrota. Ese ha sido mi código de conducta. Fiel a ese lema he vivido quizás hasta hoy. La máxima de que todo puede ir a peor se ha hecho realidad y me ha escupido a la cara con su frió escupitajo. Hace una hora pensaba que estaba en la peor situación y ahora me doy cuenta que comparado con esto estaba en el paraíso. Me siento abrumado por las circunstancias y...

-Te recordaba mas alto.-dije al Cardenal Gris.
Su  mirada glacial tras la mascara se poso sobre mi. Dandome a entender que èl tampoco disfrutaba con nuestro encuentro. Para èl hallarlo aquí era una contrariedad que debía ser subsanada.
-Y yo...
Entonces mi hermano en un movimiento veloz levanto su mano y cogió la cabeza del prelado y la estrello contra el palo del barco. No se si estaba mas sorprendido por la acción o por la pronta recuperación de mi allegado.

El sonido de un jarrón roto llego a nuestros oídos y una mascara quebrada apareció tras el impacto. El aturdido hombre me miro con cara de incredulidad y sorpresa para luego caer al suelo como un pelele.

-¿Que? Era la única forma de hacerlo callar.- mientras decía esto mi hermano se encogía de hombros y mostrando esa actitud de "yo no hecho nada".

Ahora las cosas se ponían mas feas, un sonido inquietante sonó a la vez. La guardia del desvanecido hombre echaron mano de sus aceros. Abandonaron las vainas mientras rasgaban el aire y apuntaban a nuestros cuellos. Otros hombres apurados arrastraban al infeliz y lo alejaban de nosotros y ponían una muralla de guardas. Nosotros nos mirábamos de hito en hito mientras seguimos con expectación el intento de recuperación. Tras unos momentos de tensión el cardenal pareció volver en si. Desorientado y en estado de shock fue ayudado por sus hombres de confianza. A duras penas se levantaba, ya que volvía a caer. Con gran celeridad un viejo ujier con un negro vestido usado y desgastado en varios sitios acudió con una jarra de agua y un vaso para aliviar al contusionado. Finalmente volvió en si y lo primero que hizo fue mirarme. Mirarme atentamente a los ojos. Y descubrí en los suyos por un instante un miedo, no a mi sino algo muy superior yo lo llamaría terror puro. Y entonces lo comprendi, lo comprendi todo. Sabia su secreto y el sabia que yo también lo sabia. Para corroborar mis sospechas una cadena de oro salio por encima de su pecho y apareció una llave con forma de seis. La misma llave que tenia mi difunto padre con el numero ocho. Ahora sabia porque mi padre era una autentica amenaza y el testigo había pasado a mi. Mi vida no valía ya nada. Mi futuro estaba escrito y era corto. ¿Que podía hacer? Tan solo sabia que ya no volvería a pisar tierra firme. Al menos en vida.
-Despertad a esos haraganes. Es hora de acabar con esta pantomima.
Movidos como por un resorte varios guardias fueron a donde estaban los corsarios junto a Tiburón y los fueron despertando con gritos, puñetazos, empujones y golpes. Entre gritos, bufidos y juramentos la caterva de pendencieros fue despertándose. Tiburón haciendo gala mando a dos guardas del cardenal al matasanos tras un breve encontronazo al despertarle y creerse que eramos nosotros.

El Cardenal Gris iracundo aparto a los hombres  que le protegían y vino a encararse contra mi. Su cara estaba cambiada. Ahora irradiaba ese peligrosa energía que tienen los hombres poderosos cuando quieren venganza y sangre.

Me miro a través de su mascara rota donde se apreciaba una brecha sangrante.
-Hay cosas que cuando se rompen no se pueden volver a unir. Por ejemplo esta mascara.
Después se giro y se acerco a mi hermano que estaba reducido por varios sicarios.
-Creo que lo justo es que tengas el mismo pago que tu me has dado.
Mi hermano intento zafarse ante la solución salomónica que iba a dar el cardenal.

-Tu hermano se vendrá con nosotros.  Y sera llevado a una de las peores minas donde pasara hambre, calor y sed. Y rogara por su muerte. No lo veras mas.
-Ni lo sueñes, faldones.
-Y contigo seré benévolo. Tu fin sera inminente. Va a ser abandonado en medio del océano sin agua, sin comida, ni remos. Sin nada. Quizás tengas una oportunidad con ese viejo y podrido bote.

Mientras decía esto señalo una paupérrima barca en estado lamentable.
-Aquí no viajan barcos. Todos tienen miedo a estos amigos y otros parecidos.
Los aludidos nos miraron y nos regalaron unas sonrisas lobunas como si fuésemos corderos en el matadero.

Intente forzar la situación pero dos forzudos malolientes empezaron a arrastrarme hacia la popa del barco.
-¡¡Hermano, hermano!!!.-grite con todas mis fuerzas. Luchando por soltarme. Todo fue imposible. El suelo desapareció bajo mis pies y me sentí volando en el aire. Un frió y gélido chapuzon me dio la bienvenida. A la vez que gritaba a los infiernos el barco se alejaba dejando una estela blanca y espumosa. Mire hacia el otro lado donde aguardaba mi tumba eterna. Meciendose de forma rítmica y suave sabiendo que tenia todo el tiempo del mundo para acogerme. Empeze a dar energicas brazadas para entrar en calor y acercarme a la canoa. Su estado descascarillado, lleno de herrumbre y suciedad mostraba el camino que me esperaba a partir de ahora. Mi cuerpo empezó a acusar el cambio de temperatura y a duras penas subí a la barca que estuvo a punto de volcar. Una vez dentro crujieron todos y cada uno de los tablones y maderos que la formaban como si fuera a romperse en ese momento.
Ahora miro el horizonte, una linea eterna y hermosa pero sin vida. Estoy solo en medio de la absoluta nada. Sin sustento, ni cobijo. El Cardenal Gris ha ganado y su secreto seguirá a salvo mientras mis huesos se blanquean en esta ponzoñosa madera. Me derrumbo e intento ocultarme del abrasador sol aun a sabiendas que es imposible. Solo espero que la visita de la parca sea rápida y breve porque tengo ganas de ver a mi padre de nuevo.


Baje del carromato aun medio achispado por el brandy que me habían dado se supone para aumentar mi hombría ante lo que tenia que hacer. Me revolvi inquieto intentando quitarme el frió de la noche o eliminar el sopor del alcohol. Mi guardián me agarro del hombro frenándome en seco.
Me gire y vi su gesto agrio y amenazador. Hasta mi llego su aliento cargado y hediondo como su alma.
-Volveremos en media hora. Y todo debe estar finalizado. O èl o tu.Y ni se te ocurra escapar o tu  cuerpo aparecerá de madrugada destripado en algún puente y nadie llorara por ti. Te lo aseguro.
Me desasí de mala manera apelando a mi orgullo y cruze la calle medio agazapado, para esconderme cerca de unos arbustos cercanos. Sin mirar oí como el carro abandonaba el lugar mientras un par de ojos no cesaban de mirar mi nuca. Levante la cabeza y vi la casa que se me antojaba como la negra boca de un lobo esperando comerme. Mire a mi alrededor para cerciorarme que no tenia ningún observador para dar la alarma. Respire hondo y lentamente me fui acercando a mi objetivo. La noche era el aliado perfecto para encubrirme. Con el corazón huyendo de mi cuerpo llegue a la entrada. Me pegue a la puerta como una sombra y empecé a palpar mi bolsillo nerviosamente. Allí se hallaba una copia de la llave de la casa. He de confesar que lo tenían todo muy bien preparado para conseguir su fin. Desconocía que maldad había hecho mi víctima para quererlo muerto y enterrado pero me importaba una higa sus actos y sus desmanes. Yo cumpliria mi parte del trato y desaparecería de este infame lugar.
Abrí la puerta poco a poco. Nervioso, temía que el ruido de los goznes avisase a sus inquilinos pero por su suerte no ocurrió. Como un felino entre apoyandome sobre las puntas de mis dedos intentando reconocer lo que tantas había practicado en las ruinas. No tenia tiempo para florituras. Todo corría en mi contra. Tan solo algún perro con ganas de jaleo se oía en las inmediaciones. Atempere mi pulso y como una culebra en la selva me fui deslizando por las escaleras. Temía que cualquier crujido alertase a mi infeliz destinatario pero nada sucedió. La paz y la tranquilidad llenaban aquel hogar que pronto se vería cubierto por la desgracia y la desdicha fruto de mi mano. No puedo decir que me llenase de orgullo aquel acto traicionero pero si algo tenia era todas las justificaciones ante mi vil propósito.

De forma innata que me sorprendió hasta mi llegue al santo sanctorum de mi propósito. Al lugar que quizás en el futuro me marcaría para siempre y me condenaría al infierno eterno. Pero hoy no, esta noche no lo recordaría así. Ya llegaría el momento de pagar cuentas y lamentar mis actos. Ahora tocaba cumplir con el trato. Abrí la puerta y gracias a la poca luz que aportaba la luna vi una hermosa cama decorada y tallada. Un bulto inerte descansaba placidamente ignorando que su tiempo se acababa. Yo era el gato cruel. Con un destello opalino en mis ojos repte hasta el indefenso ratón. Saque mi daga dorada y con un rictus asesino marcado en mi rostro me posicione sobre mi presa. Una sed de sangre se apodero de mi.

-El pequeño escorpión ha vuelto.

La locura corría por mis venas mientras templaba mi pulso para empezar de forma mecánica a sajar y acuchillar aquel hombre.

Hubiera seguido así toda la noche si no fuera por el punzante acero que acariciaba mi nuca.

-Muchacho me va a destrozar la almohada.

Me gire y me quede blanco al ver a mi asesinado vivito y coleando apuntando con un palmo de buen metal a mi garganta.

-¿Que es eso de Pequeño escorpión?

Continuara...


domingo, 3 de enero de 2016

Capitulo 30 " Tiburon Blanco vs Parlanchin"

No tenia un plan, ni uno estúpido o absurdo. Intentar mantenernos con vida un segundo mas era la única e imposible salida. Mi corazón estaba agitado como un velero en plena tormenta. Lentamente controlando mi respiración me voy serenando. Ignoro el dolor y la sangre que cae por mi cara. Olvido la brecha abierta en mi rostro. Ante el miedo solo puedo templar mis nervios y enfriar los ánimos. Sacudo la cabeza para despejarme. Ante tal sacudida gotas liquidas se esparcen ante el respetable que aulla como un recaudador sin paga. No me importa si es sangre, sudor o el mismo mar que se desprende sin afecto de mi. Espero el golpe de aquel bruto que no me da cuartel. Reculo y mi enemigo abre sus manazas para cogerme. Tengo la impresión de que soy una damisela en apuros ante un sátiro. Giro y giro poniendo una distancia segura. Con el ojo mas bueno voy admirando la selecta tripulación que exultante espera una buena diversión ante la monotonía que se apodera de ellos viaje tras viaje. No deja de sorprenderme la variedad de vestimentas que utilizan cada uno sin orden ni concierto. Los mas llevan las típicas túnicas con sus turbantes llenas de suciedad y de colores indeterminados y olvidados hace tiempo. Tan  absortos están en nuestro peculiar cambio de opiniones que no se dan cuenta de lo que yo veía. Una luz se encendió en mi, pequeña muy pequeña. Tenia ante mi un arsenal. Solo necesitaba al voluntario perfecto y el momento adecuado. La mayoria de estos escandalosos seguidores portaban su gumía. Un daga con forma de sable corto y corvo. Con un solo filo. Ligera, manejable e ideal para el combate cuerpo a cuerpo. Era mejor que un alfanje o una cimitarra que es mas pesado. Mientras remoloneaba evitando los certeros golpes de Tiburón. Escudándome detrás del palo mayor soy obsequiado con imprecaciones, empujones y escupitajos por un publico ávido de sangre, dolor y sufrimiento. Es lo que veo en sus rostros sucios, arrugados y ansiosos.
-No estas dando una pelea muy convincente a mi tripulación.-dijo el hombreton con voz meliflua.
Si pensaba que con ese tono de llamada de sirena pensaba convencerme para caer en sus brazos no lo consiguió, pero todavía menos una manaza que surco el aire a escasos centímetros de mi cuerpo. Si no hubiese estado alerta ya estaría alimentado un rico banco de peces.
-Tu tampoco, pelón.-dije con valor. El cual no tenia.

El hombre, iracundo empezó a perseguirme sin ningún tipo de lógica. Sabia que un tipo enfadado no tenia una táctica en mente y eso era un punto a mi favor. Aproveche y me metí entre medio de los asistentes. Daba empentones y puñetazos para abrir camino. Mi perseguidor era mas brusco y los ays y quejidos de sus propios compañeros siendo atropellados eran cada vez mas audibles. Me dirigí a la escala cuando un tunante rubio, con bigote y los ojos separados se puso delante de mi. El incauto era el típico tipo pagado de si mismo. Su cara cambio al verme saltar directo hacia èl como un depredador despiadado. Caímos haciendo una bola, que rodó varios metros y tome su alfanje a lo que no puso ninguna pega, ya que en el estado que estaba no le valía para mucho. No era especialmente hermoso ni labrado. Sino tosco y vulgar, medio oxidado pero perfecto. Viendo que la bestia me seguía, no pare y llegue al palo del trinquete y subí por la escala. Rece para que mi sombra tuviese vértigo pero por desgracia no fue así. Los pulmones me quemaban y mi cabeza se mareaba. No podía negar que la vista era hermosa, mar plácido, cielo azul, un sol brillante y una suave brisa. Aunque no todo el mundo parecía apreciar este regalo de la naturaleza. Viendo que las distancias se acortaban que  mejor que un buen mandoble a la escalerilla. No se rompió del todo pero me dio cierto tiempo a llegar a la cofa del palo. Tiburón me miro iracundo y moviendo su puño cerrado dandome una señal clara sobre mi. Cuando volvió abajo me miro y una sonrisa delgada, fina y recta se mostró en su cara. Después se acerco a mi flagelado hermano y empezó a golpearle sin piedad mientras era sujetado por dos gañanes. La sangre corría por su boca como el vino en una taberna. Salí de la seguridad de la cofa y empeze a andar por la verga. Ni yo estaba seguro de lo que hacia pero sirvió para que todos me mirasen con sus bocas abiertas y sus ojos dilatados. El bruto dejo de acariciar a mi hermano y espero con gesto expectante mi próximo movimiento. Mientras con la mano hacia ademán para que bajase. A lo que yo cortésmente negué con la cabeza. Algo que casi me hace besar el suelo al perder el equilibrio por unos instantes. Allá arriba chupe mi dedo y lo levante calculando las posibilidades  que tenia de sobrevivir ante mi próxima jugada. Anduve con mucho tino al final de la verga y corte la cuerda que sostenía un lado la vela del trinquete.
-Baja o te mataras. No puedes hacer nada aunque quites la vela.-gritaba Tiburón con sus manos alrededor de la boca.
Hice caso omiso como si el viento no me dejase oír. Mire al cielo y rece todas las oraciones y letanía que sabia a cualquier religión. Agarre el extremo de la vela y corte las cuerdas. Salte hacia delante mientras toda la vida pasaba delante de mis ojos y lo que vi no me lleno de orgullo. Pero era mi vida y la única que había tenido. Cuando parecía que después del salto iba a terminar con la vela estrellándome contra la cubierta una ráfaga de aire me impulso hacia la popa. Puse los pies hacia delante y por increíble que parezca la vela se soltó por el estado de las cuerdas y por la fuerza del viento y fui a caer sobre la cuadrilla de marinos entre ellos Tiburón. Cuando me di cuenta yacía sobre la vela y debajo de mi varios cuerpos heridos, doloridos e inconscientes . Lo sentía por mi hermano pero todo aquel que intentaba levantarse recibía un generoso donativo por parte de la empuñadura. Cuando todo se hubo calmado me deslize de la tela y la  levante curioso para saber el fruto de mi locura. Allí estaban una amalgama de cuerpos mezclados. Apresuradamente busque a mi hermano y a Tiburón. Ambos estaban juntos uno encima del otro como buenos amantes. Deje que la vela fuera arrastrada por el viento y la luz baño a todos. A los que estaban despiertos les sacude un buen golpe para que no molestasen. Aparte al amenazante hombre que nos había aterrado desde que subimos a bordo no sin antes darle el resto de lo que se merecía. Después levante a mi atontado hermano y lo agite para que abandonase el estado de inconsciencia. Aparte de un chichón y alguna brecha no tenia nada grave. Note que su respiración era regular y normal. Tras varias intentonas volvió en si. Y me miro sorprendido. Miro a su alrededor y su gesto rozaba la incomprensión y la alegría.
 -Bueno no ha ido tan mal,¿como estas?.-pregunte ávido de oírle.
-Bien, pero si cojo al tipo que me hizo esto lo va a lamentar.
-Tienes razón. Es hora de marcharnos. Ahora que todos están descansando.
A duras penas lo levante y echo mano a mi hombro para apoyarse. Poco a poco acercándonos al bote que estaba atado al final del barco y que se movía de forma aleatoria dando bandazos de un lado a otro. Con suerte podíamos coger algunas armas y víveres y alejarnos del lugar.
Un sucesión de aplausos realizados por una persona rompió la magia del momento.
Me gire y levante mi arma para acabar con èl por una vez.
-¡Maldito Tiburón Bastardo! Voy a acabar contigo.
Ante mi apareció un religioso vestido de gris y con una mascara en su rostro.
-Hola, viejo amigo.



-Si nos engañas mueres, si no cumples con tu encargo mueres. Y si nos traicionas... Me hubiese negado cortésmente pero un filo en mi cuello no resultaba agradable para llegar al día siguiente. Aquel malnacido me miro sin ninguna emoción.
-Pero, bueno.-dijo con una sonrisa educadamente fría.-Que no se diga que aquí no somos hospitalarios. Darle al muchacho algo de gazuza para su seco gaznate y su raquítico estomago.
De la nada aparecieron dos hombres con una oscura botella verde y un humeante plato de gachas.
Con un movimiento de cabeza me invito a sentarme. Mas que una invitación era una orden quedando bien claro quien  mandaba y quien tenia derecho sobre nuestras vidas. A mi no me interesaba nada mas como un lebrel hambriento agache la cabeza y comí hasta hartarme. No recuerdo cuantos platos cayeron hasta quedar ahito. Una vez con el estomago lleno y la mente funcionando sopese las posibilidades de salir bien de este brete y todo lo que se me ocurría se me antojaba estéril. Mejores telas vistieron mi cuerpo que no de calidad. De pordiosero o vagabundo había subido al nivel del vulgo, a pobre . Por desgracia no sabia donde habitaba mi víctima ni tampoco podía salir ya que una escolta "por mi seguridad" como decía mi tutor seguía todos mis movimientos que no eran muchos. Para mi supuesta misión me asignaron a un hombre duro y correoso llamado Fernandez de Oviedo, un viejo alabardero el cual nunca supe como llego a ser un soldado a sueldo. Pero por su semblante y actitud aquello era una herida sangrante que nunca cerraría. Se veía alguien que tenia principios y honor pero que todo debió quedar mancillado por un oscuro asunto de faldas o de confianza. Huelga decir que a un botarate como yo le intentase inculcar el noble arte de la espada creo que era la mejor manera de arreglar sus cuentas con la vida. Ya que creo sin riesgo a equivocarme que fui todo un tormento hacer que de  mis torpes manos fluyese la sabiduría del duelo. Aparte de este ligero barniz con la espada. Muchos días marchábamos a un viejo caserón abandonado simulando ser mi objetivo. La en otro tiempo elegante mansión hoy era una ruinosa finca donde en el segundo piso había puesto una vieja cama y tapada con una mohosa manta y una almohada haciendo ver que era el próximo difunto Dumas. Durante semanas realize el mismo ejercicio hasta que quedo grabado a fuego en mi memoria, tanto que era capaz de hacerlo con los ojos cerrados o casi. Inculcaron de paso el arte del sigilo y el silencio como moverme y esconderme en situaciones extremas. Lecciones que absorbía como si fuese el mejor caldo de la provincia. Ufano de mi me agarraba a la esperanza de que una vez cumplido mi cometido me concederían la libertad. Pero un nubarrón negro asomaba de vez en cuando avisándome que esta gente no dejaba cabos sueltos y yo era uno de ellos. Lección a lección fueron pasando los días. Rápidos como centellas. Hasta que la fecha señalada llego.

Continuara...