viernes, 30 de marzo de 2018

Capitulo 34 "Rodante"


Por mucho que intentaba achicar aquella vía todo era imposible. En apenas unos minutos vi como el torrente de agua iba llenando todo lo que quedaba de aquella miserable barca. Sentí como el agua iba cubriéndome y poco a poco mis fuerzas me iban abandonando. Los crujidos de la madera ya de por si endeble hacían prever un abrupto final para ambos. El frio se iba apoderando de mí y mis dientes empezaron a castañetear mientras sufría temblores y espasmos. Musite una oración aun a sabiendas que no había sido muy religioso, pero en este trance poco importaba ya. Lo mejor era hacer borrón y cuenta nueva con el Creador para que fuese lo mas magnánimo posible con un pecador como yo. No sé como pero debajo del agua mis últimas plegarias no dejaban de ser unos latinajos mas parecido a unos gorgojeos acuáticos que un arrepentimiento sincero. Mientras mi boca se llenaba de mar y salitre iba expulsando las ultimas plegarias acompañadas de pequeñas burbujas. Pensé que nada podía se peor. Viéndome como era zarandeado como si fuese un muñeco por las corrientes que me llevaban y me traían de un lado a otro. Agotándome. Si intentaba ir hacia la orilla seguramente seria despezado por las rocas y se me alejaba acabaría en mar abierto expuesto a cualquier bestia y exhausto. Pedí perdón por mis faltas, por mis pecados y a mi hermano por haberle fallado. Estaba en paz y seguramente pronto estaría a lado de mi padre juntos haciendo lo que mas nos gustaba en el mas allá por toda la eternidad. Me sentí caer hacia el fondo. La paz y la oscuridad me fueron tomando. La luz del día se volvía mas difusa y lejana y mis signos vitales fueron ralentizándose. Tan solo abrí los ojos un momento mientras mis pulmones pedían aire y empecé a toser violentamente. No niego que el miedo hizo acelerar mi corazón y mi pecho ardía tanto que iba a explotar. Estaba a punto de perder toda la noción y abandonar mi mísera existencia cuando de repente apareció una mano y me metió un tubo por la boca. Nunca me había sabido el aire tan delicioso. Mi cuerpo lo tomaba con ansia como si fuese un dulce negado a un niño y luego devuelto. Ahora que ya estaba relativamente repuesto se impuso mi curiosidad. Miré a mi alrededor y vi a un joven delgado y musculado de ojos negros y pelo crespo como señalaba hacia el infinito y tomaba de nuevo el odre para oxigenarse. El blanco de sus ojos brillaba como el marfil y sus pupilas tenían el color y el brillo de dos gotas de miel. Eran unos ojos enormes e intensos. Al principio solo vi a otros hombres de diversa procedencia con un escueto taparrabos y un odre de carnero bajo su pecho, en forma de saco respirador como el de mi salvador. A su lado los peces nadaban tranquilos como si fuesen parte del paisaje. El tipo me apretó el hombro y volvió a señalar el mismo punto. He de decir que debía estar algo nervioso ya que me clavo sus largas uñas en mi carne fina y delicada y podía haber gritado de dolor, pero no quería mas liquido en mi interior. Entrecerré los ojos y vi algo que se movía en el horizonte arenoso. Algo que no era natural. Al principio me pareció un armatoste, feo grande y que estaba fuera de lugar. Seguramente se habría caído de otro barco. Era como una especie de gran carro de madera con una ruedas grandes y robustas. Encima llevaba como una gran campana cerrada de madera que se sustentaba sobre la plataforma rodada. No era muy veloz, pero se le veía robusto y resistente. Todo aquello era lo mas extraños e insólito que había visto en mi vida. Si que sabía de historias de pescadores que contaban de increíbles relatos de moradores de la profundidad, pero siempre me había parecido un cuento de viejas y algo creado por alguien con la imaginación demasiado viva. Pero no, las crónicas se quedaban cortas. Mi nuevo compañero me conmino con gestos a que le acompañase. Y así hice porque estaba mas que harto de respirar a ratos por el dichoso caño. Con mis últimas y gastadas fuerzas seguí al nadador que nunca mejor dicho se movía como pez en el agua mientras un servidor parecía una tortuga centenaria. Creo que hasta el artefacto acuático era mas rápido que yo. Al acercarme pude apreciar su magnitud y su ingenio. Aquel gran barril no tenía una sola fisura. El hombre se metió por debajo del tonel y desapareció. Intrigado hice lo mismo y empecé a nada por debajo de la plataforma sin ver ninguna escalera, ni puerta. Tan anonadado estaba que no me di cuenta que un par de manos me cogían de los hombros y me izaron al interior. Estaba dentro de aquella pipa. Un hombre delante y otro detrás mediante unos pedales hacían ir hacia delante o hacia atrás aquel mamotreto. Naturalmente no podía girar su recorrido era muy reducido, pero era solo un apoyo para los hombres. En los laterales de los conductores había una bancada redonda de madera para transportar al resto del equipo o si querían para descansar. También vi que la comunicación entre el barril y la campana se hacía a través de -una manguera de cuero bien empapada en cera y aceite-. La campana estaba provista, además, de una pequeña válvula que permitía la salida del aire expirado cuando penetraba el fresco. El hombre oscuro hizo una despedida con su mano y se volvió a zambullir a las profundidades. Me parecía algo inimaginable que aquella puerta sirviese también de límite entre nosotros y el hostil océano. Los dos conductores me miraron con curiosidad y esperando algún tipo de explicación ante mi inesperada llegada. Ambos eran unos tipos de mediana edad uno de ellos llevaba una camisola de un color indeterminado por su suciedad. Un pañuelo rojo que rodeaba su cuello y un pantalón bastante ancho anudado con una cuerda de cuero.
-Bienvenido a Rodante. -dijo el conductor de la parte delantera. Este hombre debía de rondar los cincuenta años. Vestía unos pantalones azules arrugados y una camisa color gris que llevaba desabrochada hasta el vientre. Tenía el pelo revuelto y canoso, y la cara cubierta por la sombra de una barba mal afeitada; por su aspecto y color, más que pelo, parecía que se hubiese restregado por las mejillas con un coral.
-Me llamo Santos, Herminio Santos y este es mi compañero Rodrigo Mainar. El otro asintió en silencio dándonos por saludados. Se trataba de un hombre muy anciano, con la piel negra y arrugada como un pedazo de cuero podrido. Unas hebras de pelo grisáceo brotaban de sus mejillas, en algo que parecía más una tela de araña que una barba en condiciones. Sus ojos, rodeados de arrugas, estaban velados por una capa blancuzca. Era una extraña pareja el hablador y el callado.
-De sus manos brotan artilugios como si fuese un mago. -Rodrigo era el aludido que siguió enmudecido, aunque en sus ojos un brillo de reconocimiento se pudo atisbar. -Esto pedales accionan unas poleas conectadas a unos engranajes y ruedas dentadas que amplifica la fuerza de la pedalada haciendo que no sea difícil avanzar bajo el agua.
-Yo soy Alejandro Navapotro. Gracias por salvarme.
- ¿Como has llegado aquí?
Les hice un breve resumen de todo lo acontecido mientras ellos me miraban entre la sorpresa y la duda. Mientras me miraban de reojo.
Me levante y toque las paredes de aquel mamotreto. Estaba perfectamente sellado sin que notase ningún tipo de tensión por las presiones marinas.

-Nadie sabe que estamos aquí y nadie debe saberlo. Para nosotros seria mas fácil devolverte de dónde has venido, pero no somos como ellos. -mientras señalaba con el dedo hacia arriba.
- ¿Pero que hacéis aquí abajo? ¿Aquí no hay nada? Solo una isla desierta.
-Te equivocas lo que pasa que solo miras a la superficie lo que tus ojos quieren ver. Por suerte los de arriba también piensan lo mismo. Hemos tardado años en sacar esto adelante. Somos buscadores de perlas. Las perlas son un símbolo de perfección, belleza, distinción y riqueza
-Entonces todo esto es para que nadie sepa que tesoro hay debajo del agua.
-Exacto. Bajo la isla hay una gran cueva subterránea donde esta nuestra base. Oculta y lejos de ojos indiscretos. Realmente llegar a la isla por mar es muy complicado, las mareas, arrecifes y corales han servido para extender su mortal leyenda. Pero amigo debajo del agua es muy simple.
-No tenéis miedos de perderos.
-Oh, no. En caso de peligro una enorme cuerda tirara de nosotros hasta el refugio. Esto es como si sacásemos una bestia a pasear.
-Somo parte del sequito del Emperador Perla. Otro visionario. Gracias a esto ha creado un negocio prospero vendiendo estas joyas y así financiar su reino. Por desgracia de momento eres nuestro prisionero. Hasta que sepamos tus verdaderas intenciones. Espero que no seas un espía empezabas a caerme bien. Pero comprenderás que tu relato está a medio camino entre la locura y la falacia. Muchos estarían encantados de apoderarse de este oro blanco y algunos lo han intentado. Si te acercases a la isla verías en las costas algunos esqueletos blanqueándose al sol.
- ¿Fuiste vosotros?
-Si, algunos desventurados que creyeron que seriamos un plato fácil y se indigestaron. Ahora cuando ven a esos desgraciados o lo que queda de ellos la gente habla y evita este lugar.
Tan absorto estaba que no me di cuenta que los buscadores entraron a la vez y a una señal del hablador conductor me redujeron.
-Se me olvido decirte que era la hora de la vuelta. A nuestro emperador le encantara tu crónica. No siempre encuentra historia tan buena.
- ¿Y si no le gusta?
-Entonces será tu último capítulo.
Continuara...