domingo, 3 de enero de 2016

Capitulo 30 " Tiburon Blanco vs Parlanchin"

No tenia un plan, ni uno estúpido o absurdo. Intentar mantenernos con vida un segundo mas era la única e imposible salida. Mi corazón estaba agitado como un velero en plena tormenta. Lentamente controlando mi respiración me voy serenando. Ignoro el dolor y la sangre que cae por mi cara. Olvido la brecha abierta en mi rostro. Ante el miedo solo puedo templar mis nervios y enfriar los ánimos. Sacudo la cabeza para despejarme. Ante tal sacudida gotas liquidas se esparcen ante el respetable que aulla como un recaudador sin paga. No me importa si es sangre, sudor o el mismo mar que se desprende sin afecto de mi. Espero el golpe de aquel bruto que no me da cuartel. Reculo y mi enemigo abre sus manazas para cogerme. Tengo la impresión de que soy una damisela en apuros ante un sátiro. Giro y giro poniendo una distancia segura. Con el ojo mas bueno voy admirando la selecta tripulación que exultante espera una buena diversión ante la monotonía que se apodera de ellos viaje tras viaje. No deja de sorprenderme la variedad de vestimentas que utilizan cada uno sin orden ni concierto. Los mas llevan las típicas túnicas con sus turbantes llenas de suciedad y de colores indeterminados y olvidados hace tiempo. Tan  absortos están en nuestro peculiar cambio de opiniones que no se dan cuenta de lo que yo veía. Una luz se encendió en mi, pequeña muy pequeña. Tenia ante mi un arsenal. Solo necesitaba al voluntario perfecto y el momento adecuado. La mayoria de estos escandalosos seguidores portaban su gumía. Un daga con forma de sable corto y corvo. Con un solo filo. Ligera, manejable e ideal para el combate cuerpo a cuerpo. Era mejor que un alfanje o una cimitarra que es mas pesado. Mientras remoloneaba evitando los certeros golpes de Tiburón. Escudándome detrás del palo mayor soy obsequiado con imprecaciones, empujones y escupitajos por un publico ávido de sangre, dolor y sufrimiento. Es lo que veo en sus rostros sucios, arrugados y ansiosos.
-No estas dando una pelea muy convincente a mi tripulación.-dijo el hombreton con voz meliflua.
Si pensaba que con ese tono de llamada de sirena pensaba convencerme para caer en sus brazos no lo consiguió, pero todavía menos una manaza que surco el aire a escasos centímetros de mi cuerpo. Si no hubiese estado alerta ya estaría alimentado un rico banco de peces.
-Tu tampoco, pelón.-dije con valor. El cual no tenia.

El hombre, iracundo empezó a perseguirme sin ningún tipo de lógica. Sabia que un tipo enfadado no tenia una táctica en mente y eso era un punto a mi favor. Aproveche y me metí entre medio de los asistentes. Daba empentones y puñetazos para abrir camino. Mi perseguidor era mas brusco y los ays y quejidos de sus propios compañeros siendo atropellados eran cada vez mas audibles. Me dirigí a la escala cuando un tunante rubio, con bigote y los ojos separados se puso delante de mi. El incauto era el típico tipo pagado de si mismo. Su cara cambio al verme saltar directo hacia èl como un depredador despiadado. Caímos haciendo una bola, que rodó varios metros y tome su alfanje a lo que no puso ninguna pega, ya que en el estado que estaba no le valía para mucho. No era especialmente hermoso ni labrado. Sino tosco y vulgar, medio oxidado pero perfecto. Viendo que la bestia me seguía, no pare y llegue al palo del trinquete y subí por la escala. Rece para que mi sombra tuviese vértigo pero por desgracia no fue así. Los pulmones me quemaban y mi cabeza se mareaba. No podía negar que la vista era hermosa, mar plácido, cielo azul, un sol brillante y una suave brisa. Aunque no todo el mundo parecía apreciar este regalo de la naturaleza. Viendo que las distancias se acortaban que  mejor que un buen mandoble a la escalerilla. No se rompió del todo pero me dio cierto tiempo a llegar a la cofa del palo. Tiburón me miro iracundo y moviendo su puño cerrado dandome una señal clara sobre mi. Cuando volvió abajo me miro y una sonrisa delgada, fina y recta se mostró en su cara. Después se acerco a mi flagelado hermano y empezó a golpearle sin piedad mientras era sujetado por dos gañanes. La sangre corría por su boca como el vino en una taberna. Salí de la seguridad de la cofa y empeze a andar por la verga. Ni yo estaba seguro de lo que hacia pero sirvió para que todos me mirasen con sus bocas abiertas y sus ojos dilatados. El bruto dejo de acariciar a mi hermano y espero con gesto expectante mi próximo movimiento. Mientras con la mano hacia ademán para que bajase. A lo que yo cortésmente negué con la cabeza. Algo que casi me hace besar el suelo al perder el equilibrio por unos instantes. Allá arriba chupe mi dedo y lo levante calculando las posibilidades  que tenia de sobrevivir ante mi próxima jugada. Anduve con mucho tino al final de la verga y corte la cuerda que sostenía un lado la vela del trinquete.
-Baja o te mataras. No puedes hacer nada aunque quites la vela.-gritaba Tiburón con sus manos alrededor de la boca.
Hice caso omiso como si el viento no me dejase oír. Mire al cielo y rece todas las oraciones y letanía que sabia a cualquier religión. Agarre el extremo de la vela y corte las cuerdas. Salte hacia delante mientras toda la vida pasaba delante de mis ojos y lo que vi no me lleno de orgullo. Pero era mi vida y la única que había tenido. Cuando parecía que después del salto iba a terminar con la vela estrellándome contra la cubierta una ráfaga de aire me impulso hacia la popa. Puse los pies hacia delante y por increíble que parezca la vela se soltó por el estado de las cuerdas y por la fuerza del viento y fui a caer sobre la cuadrilla de marinos entre ellos Tiburón. Cuando me di cuenta yacía sobre la vela y debajo de mi varios cuerpos heridos, doloridos e inconscientes . Lo sentía por mi hermano pero todo aquel que intentaba levantarse recibía un generoso donativo por parte de la empuñadura. Cuando todo se hubo calmado me deslize de la tela y la  levante curioso para saber el fruto de mi locura. Allí estaban una amalgama de cuerpos mezclados. Apresuradamente busque a mi hermano y a Tiburón. Ambos estaban juntos uno encima del otro como buenos amantes. Deje que la vela fuera arrastrada por el viento y la luz baño a todos. A los que estaban despiertos les sacude un buen golpe para que no molestasen. Aparte al amenazante hombre que nos había aterrado desde que subimos a bordo no sin antes darle el resto de lo que se merecía. Después levante a mi atontado hermano y lo agite para que abandonase el estado de inconsciencia. Aparte de un chichón y alguna brecha no tenia nada grave. Note que su respiración era regular y normal. Tras varias intentonas volvió en si. Y me miro sorprendido. Miro a su alrededor y su gesto rozaba la incomprensión y la alegría.
 -Bueno no ha ido tan mal,¿como estas?.-pregunte ávido de oírle.
-Bien, pero si cojo al tipo que me hizo esto lo va a lamentar.
-Tienes razón. Es hora de marcharnos. Ahora que todos están descansando.
A duras penas lo levante y echo mano a mi hombro para apoyarse. Poco a poco acercándonos al bote que estaba atado al final del barco y que se movía de forma aleatoria dando bandazos de un lado a otro. Con suerte podíamos coger algunas armas y víveres y alejarnos del lugar.
Un sucesión de aplausos realizados por una persona rompió la magia del momento.
Me gire y levante mi arma para acabar con èl por una vez.
-¡Maldito Tiburón Bastardo! Voy a acabar contigo.
Ante mi apareció un religioso vestido de gris y con una mascara en su rostro.
-Hola, viejo amigo.



-Si nos engañas mueres, si no cumples con tu encargo mueres. Y si nos traicionas... Me hubiese negado cortésmente pero un filo en mi cuello no resultaba agradable para llegar al día siguiente. Aquel malnacido me miro sin ninguna emoción.
-Pero, bueno.-dijo con una sonrisa educadamente fría.-Que no se diga que aquí no somos hospitalarios. Darle al muchacho algo de gazuza para su seco gaznate y su raquítico estomago.
De la nada aparecieron dos hombres con una oscura botella verde y un humeante plato de gachas.
Con un movimiento de cabeza me invito a sentarme. Mas que una invitación era una orden quedando bien claro quien  mandaba y quien tenia derecho sobre nuestras vidas. A mi no me interesaba nada mas como un lebrel hambriento agache la cabeza y comí hasta hartarme. No recuerdo cuantos platos cayeron hasta quedar ahito. Una vez con el estomago lleno y la mente funcionando sopese las posibilidades de salir bien de este brete y todo lo que se me ocurría se me antojaba estéril. Mejores telas vistieron mi cuerpo que no de calidad. De pordiosero o vagabundo había subido al nivel del vulgo, a pobre . Por desgracia no sabia donde habitaba mi víctima ni tampoco podía salir ya que una escolta "por mi seguridad" como decía mi tutor seguía todos mis movimientos que no eran muchos. Para mi supuesta misión me asignaron a un hombre duro y correoso llamado Fernandez de Oviedo, un viejo alabardero el cual nunca supe como llego a ser un soldado a sueldo. Pero por su semblante y actitud aquello era una herida sangrante que nunca cerraría. Se veía alguien que tenia principios y honor pero que todo debió quedar mancillado por un oscuro asunto de faldas o de confianza. Huelga decir que a un botarate como yo le intentase inculcar el noble arte de la espada creo que era la mejor manera de arreglar sus cuentas con la vida. Ya que creo sin riesgo a equivocarme que fui todo un tormento hacer que de  mis torpes manos fluyese la sabiduría del duelo. Aparte de este ligero barniz con la espada. Muchos días marchábamos a un viejo caserón abandonado simulando ser mi objetivo. La en otro tiempo elegante mansión hoy era una ruinosa finca donde en el segundo piso había puesto una vieja cama y tapada con una mohosa manta y una almohada haciendo ver que era el próximo difunto Dumas. Durante semanas realize el mismo ejercicio hasta que quedo grabado a fuego en mi memoria, tanto que era capaz de hacerlo con los ojos cerrados o casi. Inculcaron de paso el arte del sigilo y el silencio como moverme y esconderme en situaciones extremas. Lecciones que absorbía como si fuese el mejor caldo de la provincia. Ufano de mi me agarraba a la esperanza de que una vez cumplido mi cometido me concederían la libertad. Pero un nubarrón negro asomaba de vez en cuando avisándome que esta gente no dejaba cabos sueltos y yo era uno de ellos. Lección a lección fueron pasando los días. Rápidos como centellas. Hasta que la fecha señalada llego.

Continuara...






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