Por mucho que intentaba achicar aquella
vía todo era imposible. En apenas unos minutos vi como el torrente
de agua iba llenando todo lo que quedaba de aquella miserable barca.
Sentí como el agua iba cubriéndome y poco a poco mis fuerzas me
iban abandonando. Los crujidos de la madera ya de por si endeble
hacían prever un abrupto final para ambos. El frio se iba apoderando
de mí y mis dientes empezaron a castañetear mientras sufría
temblores y espasmos. Musite una oración aun a sabiendas que no
había sido muy religioso, pero en este trance poco importaba ya. Lo
mejor era hacer borrón y cuenta nueva con el Creador para que fuese
lo mas magnánimo posible con un pecador como yo. No sé como pero
debajo del agua mis últimas plegarias no dejaban de ser unos
latinajos mas parecido a unos gorgojeos acuáticos que un
arrepentimiento sincero. Mientras mi boca se llenaba de mar y salitre
iba expulsando las ultimas plegarias acompañadas de pequeñas
burbujas. Pensé que nada podía se peor. Viéndome como era
zarandeado como si fuese un muñeco por las corrientes que me
llevaban y me traían de un lado a otro. Agotándome. Si intentaba ir
hacia la orilla seguramente seria despezado por las rocas y se me
alejaba acabaría en mar abierto expuesto a cualquier bestia y
exhausto. Pedí perdón por mis faltas, por mis pecados y a mi
hermano por haberle fallado. Estaba en paz y seguramente pronto
estaría a lado de mi padre juntos haciendo lo que mas nos gustaba en
el mas allá por toda la eternidad. Me sentí caer hacia el fondo. La
paz y la oscuridad me fueron tomando. La luz del día se volvía mas
difusa y lejana y mis signos vitales fueron ralentizándose. Tan solo
abrí los ojos un momento mientras mis pulmones pedían aire y empecé
a toser violentamente. No niego que el miedo hizo acelerar mi corazón
y mi pecho ardía tanto que iba a explotar. Estaba a punto de perder
toda la noción y abandonar mi mísera existencia cuando de repente
apareció una mano y me metió un tubo por la boca. Nunca me había
sabido el aire tan delicioso. Mi cuerpo lo tomaba con ansia como si
fuese un dulce negado a un niño y luego devuelto. Ahora que ya
estaba relativamente repuesto se impuso mi curiosidad. Miré a mi
alrededor y vi a un joven delgado y musculado de ojos negros y pelo
crespo como señalaba hacia el infinito y tomaba de nuevo el odre
para oxigenarse. El blanco de sus ojos brillaba como el marfil y sus
pupilas tenían el color y el brillo de dos gotas de miel. Eran unos
ojos enormes e intensos. Al principio solo vi a otros hombres de
diversa procedencia con un escueto taparrabos y un odre de carnero
bajo su pecho, en forma de saco respirador como el de mi salvador. A
su lado los peces nadaban tranquilos como si fuesen parte del
paisaje. El tipo me apretó el hombro y volvió a señalar el mismo
punto. He de decir que debía estar algo nervioso ya que me clavo sus
largas uñas en mi carne fina y delicada y podía haber gritado de
dolor, pero no quería mas liquido en mi interior. Entrecerré los
ojos y vi algo que se movía en el horizonte arenoso. Algo que no era
natural. Al principio me pareció un armatoste, feo grande y que
estaba fuera de lugar. Seguramente se habría caído de otro barco.
Era como una especie de gran carro de madera con una ruedas grandes y
robustas. Encima llevaba como una gran campana cerrada de madera que
se sustentaba sobre la plataforma rodada. No era muy veloz, pero se
le veía robusto y resistente. Todo aquello era lo mas extraños e
insólito que había visto en mi vida. Si que sabía de historias de
pescadores que contaban de increíbles relatos de moradores de la
profundidad, pero siempre me había parecido un cuento de viejas y
algo creado por alguien con la imaginación demasiado viva. Pero no,
las crónicas se quedaban cortas. Mi nuevo compañero me conmino con
gestos a que le acompañase. Y así hice porque estaba mas que harto
de respirar a ratos por el dichoso caño. Con mis últimas y gastadas
fuerzas seguí al nadador que nunca mejor dicho se movía como pez en
el agua mientras un servidor parecía una tortuga centenaria. Creo
que hasta el artefacto acuático era mas rápido que yo. Al acercarme
pude apreciar su magnitud y su ingenio. Aquel gran barril no tenía
una sola fisura. El hombre se metió por debajo del tonel y
desapareció. Intrigado hice lo mismo y empecé a nada por debajo de
la plataforma sin ver ninguna escalera, ni puerta. Tan anonadado
estaba que no me di cuenta que un par de manos me cogían de los
hombros y me izaron al interior. Estaba dentro de aquella pipa. Un
hombre delante y otro detrás mediante unos pedales hacían ir hacia
delante o hacia atrás aquel mamotreto. Naturalmente no podía girar
su recorrido era muy reducido, pero era solo un apoyo para los
hombres. En los laterales de los conductores había una bancada
redonda de madera para transportar al resto del equipo o si querían
para descansar. También vi que la comunicación entre el barril y la
campana se hacía a través de -una manguera de cuero bien empapada
en cera y aceite-. La campana estaba provista, además, de una
pequeña válvula que permitía la salida del aire expirado cuando
penetraba el fresco. El hombre oscuro hizo una despedida con su mano
y se volvió a zambullir a las profundidades. Me parecía algo
inimaginable que aquella puerta sirviese también de límite entre
nosotros y el hostil océano. Los dos conductores me miraron con
curiosidad y esperando algún tipo de explicación ante mi inesperada
llegada. Ambos eran unos tipos de mediana edad uno de ellos llevaba
una camisola de un color indeterminado por su suciedad. Un pañuelo
rojo que rodeaba su cuello y un pantalón bastante ancho anudado con
una cuerda de cuero.
-Bienvenido a Rodante. -dijo el
conductor de la parte delantera. Este hombre debía de rondar los
cincuenta años. Vestía unos pantalones azules arrugados y una
camisa color gris que llevaba desabrochada hasta el vientre. Tenía
el pelo revuelto y canoso, y la cara cubierta por la sombra de una
barba mal afeitada; por su aspecto y color, más que pelo, parecía
que se hubiese restregado por las mejillas con un coral.
-Me llamo Santos, Herminio Santos y
este es mi compañero Rodrigo Mainar. El otro asintió en silencio
dándonos por saludados. Se trataba de un hombre muy anciano, con la
piel negra y arrugada como un pedazo de cuero podrido. Unas hebras de
pelo grisáceo brotaban de sus mejillas, en algo que parecía más
una tela de araña que una barba en condiciones. Sus ojos, rodeados
de arrugas, estaban velados por una capa blancuzca. Era una extraña
pareja el hablador y el callado.
-De sus manos brotan artilugios como si
fuese un mago. -Rodrigo era el aludido que siguió enmudecido, aunque
en sus ojos un brillo de reconocimiento se pudo atisbar. -Esto
pedales accionan unas poleas conectadas a unos engranajes y ruedas
dentadas que amplifica la fuerza de la pedalada haciendo que no sea
difícil avanzar bajo el agua.
-Yo soy Alejandro Navapotro. Gracias
por salvarme.
- ¿Como has llegado aquí?
Les hice un breve resumen de todo lo
acontecido mientras ellos me miraban entre la sorpresa y la duda.
Mientras me miraban de reojo.
Me levante y toque las paredes de aquel
mamotreto. Estaba perfectamente sellado sin que notase ningún tipo
de tensión por las presiones marinas.
-Nadie sabe que estamos aquí y nadie
debe saberlo. Para nosotros seria mas fácil devolverte de dónde has
venido, pero no somos como ellos. -mientras señalaba con el dedo
hacia arriba.
- ¿Pero que hacéis aquí abajo? ¿Aquí
no hay nada? Solo una isla desierta.
-Te equivocas lo que pasa que solo
miras a la superficie lo que tus ojos quieren ver. Por suerte los de
arriba también piensan lo mismo. Hemos tardado años en sacar esto
adelante. Somos buscadores de perlas. Las perlas son un símbolo de
perfección, belleza, distinción y riqueza
-Entonces todo esto es para que nadie
sepa que tesoro hay debajo del agua.
-Exacto. Bajo la isla hay una gran
cueva subterránea donde esta nuestra base. Oculta y lejos de ojos
indiscretos. Realmente llegar a la isla por mar es muy complicado,
las mareas, arrecifes y corales han servido para extender su mortal
leyenda. Pero amigo debajo del agua es muy simple.
-No tenéis miedos de perderos.
-Oh, no. En caso de peligro una enorme
cuerda tirara de nosotros hasta el refugio. Esto es como si sacásemos
una bestia a pasear.
-Somo parte del sequito del Emperador
Perla. Otro visionario. Gracias a esto ha creado un negocio prospero
vendiendo estas joyas y así financiar su reino. Por desgracia de
momento eres nuestro prisionero. Hasta que sepamos tus verdaderas
intenciones. Espero que no seas un espía empezabas a caerme bien.
Pero comprenderás que tu relato está a medio camino entre la locura
y la falacia. Muchos estarían encantados de apoderarse de este oro
blanco y algunos lo han intentado. Si te acercases a la isla verías
en las costas algunos esqueletos blanqueándose al sol.
- ¿Fuiste vosotros?
-Si, algunos desventurados que creyeron
que seriamos un plato fácil y se indigestaron. Ahora cuando ven a
esos desgraciados o lo que queda de ellos la gente habla y evita este
lugar.
Tan absorto estaba que no me di cuenta
que los buscadores entraron a la vez y a una señal del hablador
conductor me redujeron.
-Se me olvido decirte que era la hora
de la vuelta. A nuestro emperador le encantara tu crónica. No
siempre encuentra historia tan buena.
- ¿Y si no le gusta?
-Entonces será tu último capítulo.
Continuara...