domingo, 9 de junio de 2013

Capitulo 26 "Renacimiento"

Su pequeño cuerpo deambulaba sin rumbo por el camino. Famélico y cansado arrastraba los pies con la esperanza de encontrar cualquier cosa que llevarse a la boca. La muerte negra había azotado su pueblo. Su familia, sus vecinos, todos cayeron ante ese castigo divino. Las fiebres y las toses, las bubas y los esputos de sangre empezaron a ser compañero habituales. Las cruces rojas se acumulaban una casa tras otra. Y los muertos que no morían de la peste se suicidaban estampando su cabeza contra las paredes hasta que se reducían a pulpa. No viendo otra salida el terror se adueño de su corazón y salio corriendo sin mirar atrás. No quería que el jinete de la peste fuese a por èl. Se juro a si mismo que no seria presa de la guadaña. Un juramento difícil en tierra de nadie. En un mundo extraño y desconocido que solo iba a descubriendo a medida que sus pasos desbrozaban lo incógnito. Por fin a lo lejos formas conocidas se presentaban ante su mirada. Casas, animales, gentes... Un boceto indefinido de acogida y protección.  Llegando ante el deseado lugar descubrió a pocos metros unos zanjas al lado del camino. Una de ellas parecía tener la tierra todavía removida como si hace poco tiempo que hubiera sido apilada allí. Junto a a ella otro nicho en cuyo interior caídas por accidente estaban algunas manzanas. El apetito rugió en su estomago al ver tan apetecibles viandas. Tan absorto estaba en las frutas que no vio venir el tremendo golpe que lo elevo por los aires y que lo acabo insertando en el surco con la comida. Con la cabeza dolorida y sangrando era imposible pensar que aquello era una maldita trampa. Intento incorporarse pero su cuerpo se negó y acabo hecho un ovillo mientras la tierra caía sobre el desde distintos sitios...

Alejandro despertó de golpe ante el sueño recurrente se toco su recién afeitada cabeza donde una vieja fractura permanecía como un doloroso recuerdo de su niñez. Volvía a la realidad de nuevo. Miraba la gran plataforma a proa sobre la que había un banco. De allí arrancaba una pasarela que se perdía en la oscuridad. Donde solo veía filas de cabezas mudas.  Estaba en galeras y a su lado un giganton. Su hermanastro cuyo rostro estaba tocado por una mascara que ocultaba su nariz y bordeaba su boca de la cual solo escapan extraños gemidos. Proyectos de palabras ininteligibles que morían en sus labios porque cuando salían al aire desfallecían y se volvían en flácidos sonidos que se desvanecían ante la incomprensión de sus compañeros. Y así pasaban los días entre heces, muerte, sudor y sufrimiento. Comiendo inmundicias y reservando las fuerzas. Cuando su jornada acaba caía agotado y volvía a la oscuridad de ese oquedad donde llovía barro y arcilla. Recordaba que se hizo un ovillo mientras el mundo se desplomaba sobre èl. Sabia que una vez cubierto tendría muy poco tiempo. Pero el pavor también a veces es un buen aliado. Ante de salir de su desaparecido hogar metió entre sus calzas el viejo cuchillo de su abuelo. Con gran esfuerzo fue moviendo la tierra todavía fresca y como si fuese un topo horada la tierra. La noche vislumbro una pequeña manita negra y agrietada seguida de una cabezita. La Madre tierra paria un nuevo hijo que caía derrumbado por el esfuerzo. Aquel pequeño desconocía la locura y la sinrazón. El recelo y la desconfianza hacia que los lugareños preparasen trampas para aquellos que venían de otras poblaciones y los enterraban vivos. Cruel forma de evitar contagios y racionar alimentos. Por suerte la diosa fortuna fue magnánima con este chiquillo que era observado con atención por unos viejos ojos. Unos ojos profundos y sabios que a pesar de todo era capaz de sorprender ante la vileza del ser humano.

Continuara...

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