lunes, 23 de julio de 2012

Capitulo 20 " El Cardenal Gris"

Por fin puedo descansar después de una sesión estéril en la Sala del Juicio puedo quedar solo a merced de mis pensamientos. Pensamientos que me retrotraen a un pasado no se si mejor pero en cierto manera mas tranquilo. Por desgracia ya no queda nada de mi, de ese jovenzuelo inocente que la vida mancillo de la forma mas cruel. Parece que todavía suenan en mi mente los golpes del herrero forjando aquellas espadas esperando el momento de que acabase su jornada. Para así avivar otro fuego, el fuego del amor. Mi amada y maldita Ana. Todavía me sigo estremeciendo al recordar su cuerpo. Hasta que llego aquella noche. La noche de la tragedia. Como siempre Ana y yo nos mecíamos acurrucados por nuestra pasión. Ajenos a todo su padre llego, quizás imaginando nuestras citas o temiendo que fuesen ladrones. La ira estallo convulsionando su cara y arrojándonos su furia sobre nosotros. Ana temerosa me acuso de que la había intentado violar obligandola a entrar en la herrería para consumar mi lujuria. Yo también tenia algo que decir y acuse a su hija de ser la perdición de los hombres. No pude acabar la frase un liquido ardiente beso mi cara. El dolor dio paso a la locura. Medio ciego cogí una espada y empecé a dar golpes sin saber donde.

Hasta que oí que algo caía como un fardo. Pensé que era un saco pero craso error al oír un grito inhumano. En mi imprudencia la cabeza de mi amada caía cortada por mi arma. Triste visión para el padre. Vino hacia a mi en busca de justicia pero una de sus obras acabo insertada en su estomago. Debía huir y no dejar ningún rastro, a duras penas incendie la herrería y huí a través del monte. Con el miedo como único compañero y sin saber a donde ir. Era un asesino y mi destino era la horca. Ande y ande sin parar hasta caer desfallecido. Cuando desperté estaba en una especie de habitacion abovedada. A mi lado otro muchacho como yo con una mascara. Curioso me levante y intente hablar con el. Estaba muerto y frió. Tome su mascara y vi su rostro desfigurado y podrido. Limpie la mascara y me la puse. Decidí vender cara mi vida. Salí a por todas. Pero no me esperaba semejante recibimiento. Un monje se sorprendió al verme y me llevo a la cocina saciando mi hambre. Pensaba que era el muchacho de la mascara. Nadie sabia mi secreto. Por fin pude dormir tranquilo y bajo techo. Al día siguiente el horror de los demás muchachos, novicios la mayoría se instalo en sus rostros pensaban que seria Lázaro resucitado. Consiguiendo sin quererlo un respeto y temor que fue de gran ayuda. Lo demás es fácil de entender.

Los monjes vieron en mi un joven con un gran potencial y futuro. El estudio era como parte de mi y la ambición se instalo en mi corazón. Poco a poco fui subiendo peldaños en la jerarquía tras abandonar el monasterio. Nunca abandone mi mascara y muchos piensan que la llevo para ocultar mi deformado rostro o quizás ser el hijo bastardo de alguien importante. Pero todo eso no es importante. Solo tengo que ver cuando me miran por primera vez y leo sus ojos desconcertados y asustados. Entonces siento que ya los tengo en mis manos. Con el tiempo fui adquiriendo diversas mascaras y también la extraña afición de arrancar la cara de mis enemigos y disecarlas para que fuesen parte de la Sala de los Condenados. Allí llevo a quien se lo merece y me oculta sus secretos. Pero en el fondo solo soy un cardenal al servicio de la Iglesia y espero que el día que abandone este cascaron el Señor recompense mis humildes servicios. Esta es mi historia y como gracias a los renglones torcidos de Dios he llegado a ser su servidor mas leal.

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